Parece ser que para encajar tienes que odiar.
Al que piensa diferente.
A quien no cree en lo que tú crees.
A la que no hace las cosas como tú las harías.
A quienes consiguen lo que a ti te gustaría conseguir.
A los que no son como tú quieres que sean.
Es más. Puestos a odiar… odiemos a quien canta pop. Y a quienes canten flamenco. Y también a quienes canten baladas que ya sabemos que las baladas son ñoñas y no deberían ir a Eurovisión.
Odiemos a los andaluces que no se sienten españoles.
Y a los catalanes que se sienten más españoles que nadie.
Odiemos a quienes creen que hay más formas de ver la vida que la de uno mismo.
A quienes entiendan que no todo es blanco o negro. Que hay una historia detrás de cada uno de nosotros. Una vida entera, que nos condiciona, que nos enseña, que nos empuja.
Odiemos a quienes nos dicen las verdades. Porque total, es más cómodo mantener viva la hipocresía y no tener que rendir cuentas con nadie.
Odiemos a quienes educan distinto. Es más. Odiemos a quienes educan desde el respeto porque nos remueven y nos hacen sentir mal. Y claro, eso no se puede permitir.
Y después escupamos todo ese odio en twitter. O en facebook. O mejor en ambos.
No olvides el hashtag, así te aseguras unas decenas de likes extra.
Vomita tu ira, tu envidia, tus frustraciones.
Descarga todo tu rencor y tu rabia.
Y esta noche, dale un beso en la frente a tu hijo, a tu hija, a tus nietos… Deséales dulces sueños. Y reza para que toda esta montaña de mierda no les salpique a ellos algún día…