Reflexiones

TENGO DERECHO A TENER MIEDO

Reclamo mi derecho a tener miedo.

Cientos de mensajes positivos inundan las redes sociales y en las ventanas de miles de hogares cuelgan dibujos de arco iris con una misma frase:

“Todo va a salir bien”

 

Y probablemente sea así.

De hecho, la mayor parte del tiempo creo que va a ser así. Me cuesta muchísimo imaginar un final diferente.

 

Una parte de mí me intenta convencer de que es algo pasajero. Y, realmente, que cuesta asumir que todo lo que dabas por sentado se pueda ir al garete en cuestión de días. ¡Y qué digo días! En cuestión de horas.

 

El dichoso coronavirus ha puesto en jaque nuestras vidas, nuestra normalidad, nuestras emociones.

Le ha dado a la Tierra un respiro más que necesario y ha “obligado” a muchas familias a pasar un valiosísimo tiempo con sus hijas e hijos.

 

Sí. También habrá gente que valore ahora cosas que antes le resultaban insignificantes.

Debo decir que no es mi caso.

Por suerte mi escala de prioridades siempre ha estado muy clara y no me ha hecho falta que nada ni nadie venga a poner orden en mi cabeza. Pero entiendo que esto es un fogonazo y una bofetada de realidad para muchas personas.

 

Sí. También podemos hablar de generosidad, de solidaridad. De que sabemos sacar lo mejor de nosotras mismas incluso en las peores situaciones.

De que nunca olvidamos a quienes tenemos a nuestro lado.

Probablemente incluso pueda hacer una lista más o menos larga del lado “positivo” de todo esto que estamos viviendo.

 

Pero hoy quiero reivindicar también mi derecho a sentir miedo, en medio de todo este “buenismo” que, a veces, me satura.

A levantarme llorando de madrugada porque no le veo salida. Porque realmente me da miedo salir a la calle para ir a comprar comida. Porque sé que ese miedo no se va a ir de un día para otro.

Reivindico mi derecho a sentir miedo por mi hija y por mi hijo. Porque puedan enfermar. O porque enfermemos su padre y yo y no podamos cuidarles. Eso no se me quita de la cabeza.

Reivindico mi derecho a sentir miedo porque el futuro es incierto, porque profesionalmente es un varapalo muy fuerte y va a costar muchísimo remontar. Muchísimo.

Reivindico mi derecho a sentir miedo porque la vida, tal y como la tenía concebida hasta ahora, haya cambiado para siempre.

Porque los planes que tenía probablemente no se puedan realizar. Y algún que otro sueño vaya a quedarse por el camino.

 

Reivindico mi derecho a estar triste, cabreada. A no tener ganas de jugar hoy. A que se me haga el día cuesta arriba a veces.

Porque soy humana y vivo en el mundo real.

 

Hago un esfuerzo enorme para que en casa todo parezca normal y no trascienda la gravedad de lo que sucede fuera.

Pero hay momentos en los que necesitas quitarte esa coraza y reconocer que estás asustada.

Y llorar. Y desahogarte.

Y creer que no hay solución para, a la mañana siguiente, sentirte mucho mejor.

 

No podemos vivir en el miedo. No podemos dejar que el miedo controle nuestras vidas.

Pero tampoco podemos olvidar que, en estos tiempos en los que las apariencias le ganan la batalla a la Verdad, todos los sentimientos son igualmente necesarios.

Y no pasa absolutamente nada por sentir miedo.

Por no sentirte identificada todo el tiempo con esas bonitas frases que circulan por internet.

Por no conmoverte con los videos que colapsan tu whatsapp animándote a seguir adelante.

No pasa nada por no tener ganas de pintar un arco iris mientras aún dura la tormenta.

 

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